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Miedo a los extraños Bebé

Miedo a los extraños

Hacia los ocho meses de edad, muchos padres advierten un cambio en el “carácter” de su pequeño. El niño se ha hecho mucho más “selectivo” a la hora de elegir sus relaciones sociales.

El miedo a los extraños, también conocido como “angustia del octavo mes”, se caracteriza por un malestar intenso (reacciones de miedo, llanto, disgusto, etcétera) del bebé cuando aparecen en su entorno personas que no son familiares para él. Ahora los niños muestran un clara preferencia por las personas que le cuidan y forman parte de su día a día (madre, padre, abuelos que ven asiduamente, cuidadores…).

El miedo a los extraños responde a una respuesta innata que nos garantiza como mamíferos no alejarnos de las figuras que mayor seguridad nos aportan, los progenitores. Este mecanismo de supervivencia desaparecerá progresivamente sin necesidad de ninguna intervención hacia los dos años.

A pesar de que a algunos padres puede angustiarles la negativa del bebé a permanecer al lado de otras personas, lo cierto es que el miedo a los extraños constituye uno de los más importantes marcadores del correcto desarrollo emocional e intelectual del pequeño. Además, es un buen indicador de que los mecanismos de apego y vínculos afectivos del pequeño se han establecido adecuadamente.

 

Menos problemas para los acostumbrados a la gente

El pequeño mostrará una marcada preferencia por su entorno familiar. Sin embargo, no todos los niños actúan de la misma manera. Los niños que están acostumbrados a rodearse de muchas personas (por ejemplo los niños a los que se les lleva mucho al parque, los padres tienen muchos amigos, tienen una familia extensa, etcétera) mostrarán un rechazo a los extraños mucho más leve que el resto de los niños que en algunas ocasiones podría hasta pasar como anecdótico. Por el contrario, los niños que son siempre cuidados y acompañados por las mismas personas en cuyo entorno no existe cabida para la entrada y salida de personas nuevas, mostrarán una reacción de miedo mucho más intensa, llegando en casos extremos a presentar reacciones físicas agudas provocadas por el llanto como vómitos, etcétera.

 

¿Cómo debemos actuar?

El miedo a los extraños desaparecerá por sí solo hacia los dos años. Hasta entonces, el comportamiento de los padres hacia la reacción de temor del pequeño es importante para ayudarles a pasar el “mal trago” y facilitarles el establecimiento de unos vínculos de interacción social adecuados.

  • No mostrar preocupación ni manifestaciones de angustia: los niños son altamente sensibles a la comunicación no verbal, por lo que si os ve angustiados por sus reacciones no pensará que él mismo es el responsable de esa angustia. En su lugar creerá que la situación es angustiante, por lo que incrementará su temor.
  • Nunca regañarle: el niño no entiende y mucho menos es capaz de controlar su temor. Si le regañas le dejarás desarmado.
  • Nunca obligarle a irse con el “extraño”: tan importante es educar al niño como a los extraños. Hay personas realmente “pesadas” que insisten para que el niño se vaya con ellas y, en casos extraños, lo llegan a retirar de la vista de su madre. Estas personas deben aprender a controlar su orgullo y frustración, pero mientras tanto, no permitas que esto ocurra diciendo un simple “No, mientras se tranquiliza, prefiero que esté conmigo”. Es importante que tu hijo se sienta protegido (no mimado) en las situaciones en las que siente miedo.
  • No le sobreprotejas: es agotador, pero también muy grato que tu pequeño solo quiera estar con “mamá”. Pero no es bueno que le mimes demasiado. Debes animarle, aunque sea desde tu regazo, a que interactúe con los demás.
  • Ofrécele oportunidades de interacción social: llévale al parque, preséntale a gente amable que le sonría, apúntate a un taller o escuela para bebés donde interactúe con otros niños, etcétera. La exposición a las situaciones temidas es el mejor método para perder los miedos progresivamente.