Verano y bebés Bebé
¿Pueden los bebés ir a la playa? En general, sí, pero durante las primeras semanas de vida no es del todo recomendable, ya que no solo van a estar expuestos a situaciones de sol o de calor excesivos, sino que en la playa es fácil adquirir infecciones por contacto con la arena, en la que suele haber una cantidad enorme de gérmenes. Por eso se recomienda que para ir a la playa, en general, los niños tengan al menos seis meses, pues a esa edad ya tienen un sistema inmune algo más desarrollado. Eso sí, vigilando una serie de aspectos.
Entre ellos, el más importante y que la mayoría de padres no suelen cumplir, es ir a la playa en las horas en las que la radiación ultravioleta es menor, y por lo tanto menos agresiva para la piel, más fina y desprotegida, de los lactantes. Estas horas son las primeras de la mañana y las últimas de la tarde. E incluso yendo a la playa a dichas horas, se debe llevar siempre una sombrilla que otorgue una protección adicional al lactante. Aparte, este debe ir con ropa fresca y amplia, pero que le cubra también bastante superficie corporal, pues es lo que más le va a proteger de la radiación solar.
¿Necesitan crema protectora?
Por supuesto. Y siempre de marca buena, ya que aquí lo barato suele salir caro, y que se pueda usar para la edad del niño, pues no todas las cremas protectoras solares son adecuadas para todas las edades. Además, la crema se debe ir aplicando cada cierto tiempo, pues la protección que otorga se va atenuando, especialmente si el niño se baña.
¿Los bebés se pueden bañar?
Por supuesto, y además es una oportunidad excelente para que el niño descubra el mar, juegue con los padres y se incremente el vínculo afectivo con estos o con los hermanos. Pero siempre cuidando una serie de aspectos importantes.
El primero, que jamás se debe dejar a un niño solo en el agua, por poco profunda que sea, y tenga la edad que tenga. Aunque sea con el niño sentado en la orilla y el agua apenas le cubra un par de centímetros. Una simple caída de forma que el niño quede boca abajo puede poner en riesgo su vida por un posible ahogamiento. Por eso no se deben dejar a los niños solos, pero tampoco, si son pequeños, al cuidado de otros niños, pues estos últimos pueden despistarse y bastan solo un par de minutos para que un niño quede boca abajo en la orilla. Y es que con solo un par de centímetros de agua, un lactante ya corre riesgo de ahogamiento.
Otro aspecto importante a la hora de bañarlo, y en el que muchos padres no caen, es vigilar la presencia de medusas u otros animales marinos que puedan picar o morder al lactante. A veces son pequeños peces los que pueden morder, aun con mordeduras leves, pero que en la piel más fina de los bebés sí puede generar heridas. También hay que considerar que la sal o los posibles contaminantes que puedan flotar en el agua pueden irritar la piel de los lactantes, más fina y por tanto más susceptible de irritarse. Por último, señalar que las algas a veces pueden llevar adheridos restos de medusas, por lo que también pueden irritar la piel de los lactantes, sin que nadie se perciba de ello.
¿Tienen las piscinas menos riesgos?
Definitivamente, no. Tienen exactamente los mismos riesgos o incluso alguno más que la playa, aunque, en general, al ser entornos más pequeños y controlados, dan una mayor sensación (falsa, por supuesto) de seguridad. Y es que en una piscina los niños también pueden quemarse por el sol si no se tiene cuidado con las horas del día, la ropa, las cremas o la sombrilla. En el agua, y aunque haya piscinas infantiles poco profundas, los niños siempre han de estar vigilados, pues corren los mismos riesgos si se caen o quedan boca abajo. Y en una piscina, aunque el agua no suele albergar peces u otros animales (salvo algún insecto que haya podido caer), sí que puede contener sal o cloro, y ambas sustancias pueden irritar la piel o las conjuntivas de los ojos.
En cuanto a las picaduras, aunque las piscinas no haya peces ni medusas, sí que es habitual que haya césped o flora alrededor, por lo que existe riesgo de picaduras por insectos, entre ellos abejas o avispas, pero también arañas u hormigas, que a veces pasan desapercibidas al ir por el suelo. Por eso es importante no dejar que los niños jueguen cerca de avisperos, hormigueros, o bien árboles o arbustos que puedan albergar nidos de insectos. También es útil que lleven ropa fresca, pero que les cubra bastante piel, no ya solo por el sol, sino porque eso evita picaduras. Y además evitar ponerles colonias, perfumes o ropa de colores vivos, que atraen a los insectos.
Lactancia en verano
Si el lactante toma lactancia materna, hay que ofrecérsela para evitar el riesgo de deshidratación por el calor. Y, en función de su edad o de si no se alimenta al pecho, además hay que llevar siempre biberones con agua que se pueda mantener fresca o incluso algo de comer, ya que lo normal es que al niño le entre hambre o sed en algún momento.
Planificar, repartir y actuar con sentido común
En cualquier caso, y como suele suceder cuando uno realiza actividades con bebés, lo más importante y sensato es aplicar el sentido común. Por muchas reglas o consejos que pueda uno aplicar siempre van a surgir situaciones inesperadas. Por eso son esenciales tres aspectos: primero, planificar bien las posibles necesidades de los niños en función de su edad y sus circunstancias personales; segundo, repartir las tareas entre los dos padres o los adultos que los acompañen, pues cuantas menos tareas tenga cada progenitor, más sencillo le resultará llevarlas a cabo; tercero, que ante los imprevistos, actuar con sentido común y con prudencia: los niños aguantan menos el sol, el calor o el aburrimiento que los adultos. Por eso, si un niño está cansado, hambriento o incómodo, quizá sea el momento de volverse, antes de que el cuadro vaya a peor o corra el riesgo de enfermar.